Lecciones te da la vida

Escrito por Sandor el 17 de marzo de 2013.
Categorías • Personal
Etiquetas • pensamientos

El jueves pasado tuve un día complicado, no pude pasar por casa a comer y, en definitiva, por la tarde todavía llevaba mi bolsa habitual llena de bártulos importantes para mí. Desde por la mañana fui enlazando un plan con otro, hasta que a eso de las ocho de la tarde, quedé con una amiga para tomar algo (los juergues son los juergues :-D). A eso de las diez y media pasadas, acompañé a mi amiga a la parada de autobús de San Antón (en el casco viejo de Bilbao), y allí esperé con ella hasta que su autobús llegó. Se montaron en el bus ella y tres chicos negros, y me despedí. Acto seguido di media vuelta y me dirigí a mi casa.

No había caminado ni cien metros, cuando me di cuenta que no llevaba la bolsa conmigo. ¡Me la había olvidado en la parada de autobús! Volví a toda prisa, pero ya no estaba. Mi agenda, el disco duro externo que siempre me acompaña (¡menos mal que lo llevo cifrado!), el móvil, unas llaves, un Linksys PAP2 con el que iba a trastear en casa, mi ebook... fue comenzar a pensar en el contenido de la bolsa y echar pestes sobre los tres negros que habían cogido el autobús. Para mí no había otra explicación, dado el poco tiempo que había pasado: alguno de ellos me había robado. No os voy a reproducir los juramentos, los insultos y las maldiciones que lancé indistintamente a los tres chicos negros que habían cogido el autobús, más que nada por vergüenza.

Lo que se me ocurrió, aturullados mi pensamientos como estaban, fue ir recorriendo los contenedores de basura de la zona en busca de, al menos, algún despojo de la rapiña. Al cabo de un cuarto de hora me di por vencido: no encontré nada.

Volví a casa enfadado, todavía maldiciente, cuando hice lo que cualquier persona lógica hubiera hecho al momento, pero a mí me costó media hora: llamar al teléfono móvil. La verdad es que lo hice sin mucha esperanza, ya que tengo entendido que cuando se roban móviles lo primero que hacen es apagarlos, pero lo intenté. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que daba señal. La primera vez no cogió nadie, pero al de unos minutos volví a llamar, y me cogió un chico, árabe por su acento.

Me contó que había visto la bolsa en la parada, sin nadie alrededor, y que decidió cogerla, para que nadie la robara. Intenté quedar con él esa misma noche, pero me dijo que ya no estaba en la zona, pero que no obstante, podríamos quedar al día siguiente a mediodía. Concretamos una hora y un lugar, y me fui a dormir intranquilo y confuso.

Al día siguiente Mustafá cumplió con lo acordado, y me devolvió la bolsa con todas mis cosas dentro. No os podéis imaginar la vergüenza que me dio pensar en mi primera reacción al volver a la parada, al recordar todos los insultos que dediqué a los chicos negros que subieron al autobús, o todos los pensamientos que había tenido una vez supe que la bolsa la tenía él (¿y si se arrepiente?, ¿y si no acude a la cita y se queda con todas mis cosas?, ¿y si se queda con esto o con aquello y me dice que se ha encontrado la bolsa así?...).

Quise darle 50 euros como recompensa por su buena acción, pero no quiso aceptarlos por más que lo intenté. Dijo que él también era informático, que entendía la faena que era perder algo así. También dijo que esperaba que esto sirviera para que no pensáramos que todos los árabes eran iguales y que dentro de su comunidad había de todo. Se fue, supongo que con la satisfacción de haber actuado bien, y ahí me quedé yo, sintiéndome fatal al recibir tanto después de haber sido tan malpensado y mezquino.

Desde entonces han pasado tres días, y no puedo dejar de pensar en qué engañado estaba al verme como una persona relativamente libre de prejuicios, por supuesto para nada racista, y en general tendente a pensar que el ser humano es bueno por naturaleza. No me hizo falta más que perder una bolsa con cuatro cacharros para que en mí se encendiera el rescoldo del desprecio más bajo, arbitrario e irracional. Como experiencia positiva, quiero pensar que lo sucedido me haya servido para aprender algo más sobre mí y, con suerte, para borrar de mi mente alguna de esas ideas tan bajas que, ilusamente, pensaba que no habitaban en mí.

Así que aquí dejo estas líneas, como homenaje y recuerdo a la acción de Mustafá, de Zamakola, y como desagravio a esos chicos negros que, sin comerlo ni beberlo, ajenos a todo, recibieron todo un torrente de maldiciones inmerecidas.

Y aquí os lo cuento, en público, un poco como penitencia personal, y otro poco con el objetivo de que sirva, mínimamente al menos, a la difícil tarea de borrar los prejuicios que todos nosotros padecemos, en mayor o menor medida.


¡Participa y escribe tu comentario! ;-)