
Llevo viviendo apenas cuatro meses en el casco viejo de Bilbao, en la calle Somera. Me surgió un alquiler patrocinado :-) en parte por unas ayudas del Gobierno Vasco y, gracias a eso, he podido liarme la manta a la cabeza e independizarme. ¡Y estoy encantado, chavales! No tenía pensado escribir nada sobre mi nuevo piso, pero hace cinco minutos me encontraba leyendo un manual (siempre tengo un manual de algo entre las manos, qué le voy a hacer) en la sala y he comenzado a escuchar el sonido de un clarinete. Salgo al balcón y me encuentro en el bar de enfrente con una gente sentada en el suelo haciendo música, algo de jazz improvisado o algo así... es genial.
Hace un par de días iba para casa cuando en el portal, sentado, me encuentro a otro tipo tocando música clásica con su guitarra española.... Y así día sí, día también, siempre hay algo debajo de casa para alegrarme el día.
Para los que no conozcais la zona, os diré que el casco viejo de Bilbao es una zona que últimamente está bastante cuidada, en el sentido de que como a Bilbao, a cuenta del efecto Guggenheim y demás, está viniendo bastante turismo, el ayuntamiento se preocupa de tener la zona limpia y en condiciones.
Mi calle en concreto está plagada de tiendas de ropa más o menos alternativa (me río yo de lo alternativo de muchos de sus precios) y bares de poteo. En general se puede decir que predomina el ambiente juvenil y alternativo, aunque tambien hay cuadrillas de chiquiteros haciendo la ronda, matrimonios con los crios jugando en la calle mientras los aitas se toman el pincho... en fin, bastante variado, la verdad.

El caso es que estoy feliz aquí, en medio del meollo. Aquí todos los días hay fiesta, bullicio, gente en la calle, y eso me gusta. A lo mejor si tuviera cincuenta o sesenta años mi percepción cambiaría, pero hoy sólo le veo ventajas a esto de poner el pie en la calle y tener toda la ciudad al alcance de la mano. Bueno, tampoco todo es tan bucólico como lo cuento, si os soy sincero. Un par de veces en vez del chico tocando música clásica en el portal me he encontrado a alguien haciéndose un chino, o algún que otro vómito al salir a la calle, pero bueno, supongo que lo uno va con lo otro.
Para alguien como yo, perezoso, introvertido y en general no muy animado, es toda una inyección de adrenalina salir al balcón y ver a la gente disfrutar con los amigos, charlando, riendo. Hay veces que me pongo a mirarla y siento cómo trozos de vida pasan delante de mis ojos: el esfuerzo diario de los vendedores de bisutería con sus puestos callejeros, la pose de algunos modernos paseando su estilo calle arriba, calle abajo, algún que otro viejillo haciendo eses a las tres de la tarde, cargado de cosechero, músicos callejeros dando ambiente mientras se toman una cerveza, cuadrillas de amigos contándose la vida, entrelazando aun más los hilos que forman la madeja de su amistad... en fin, una sucesión de historias de las que apenas puedo intuir nada, pero que excitan mi imaginación.
Como digo, para alguien como yo, tirando a parado, asomarme al balcón y desear unirme a ese torrente de vida que discurre por mi calle es todo uno. Por eso, entre otras muchas cosas, me encanta mi nueva y pequeña casa de 55 metros, su portal sin ascensor, el olor a madera vieja de las escaleras, el frio que paso en invierno a pesar del radiador eléctrico, los juramentos que lanzo cuando se me acaba el agua caliente en el termo eléctrico... tantas incomodidades y a pesar de eso, ¡tan feliz!
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